viernes, 1 de enero de 2010

Y usted, ¿De que se quiere morir?

Bajo la lluvia, un hombre con paraguas se acercó caminando tranquilamente. El paraguas estaba cerrado y lo sostenía con elegancia a modo de bastón. Sólo le faltaba el bombín, el frac y el monóculo, para parecer uno de esos hombres de sociedad de principios del siglo pasado. Uno muy mojado, eso sí. Pero el porte sí que lo tenía. Bajando un poco su cabeza y con un ademán a modo de pequeña reverencia, me ofreció su paraguas.

Esa noche regresaba del trabajo y esperaba el camión cuando comenzó a llover, por lo que me refugié en el toldo verde de una tienda de cigarros. Sin embargo, la lluvia comenzó a arreciar y yo temía por la seguridad de mi nueva y costosa cámara. Supongo que la preocupación se notaba en mi rostro y que por esa razón el hombre se acercó y me entregó su paraguas.

-Toma, no te preocupes que pronto dejará de llover- me dijo sin esperar una respuesta. Entró a la tienda y cinco minutos después salió con un cigarro encendido.

Tal como lo predijo, la lluvia torrencial había disminuido y el hombre mirando al cielo exclamó -Te dije que pronto dejaría de llover- Yo me limité a sonreír.

Se recargó en la desprotegida pared y siguió fumando a largas bocanadas. En sus sesentas, lo blanco en su barba comenzaba a dominar. Pronunciadas arrugas se formaban en sus ojos, ya que los entrecerraba para protegerlos del chipichipi que aún caía. Su piel era obscura -más bien quemada-, su nariz aguileña y en la frente tenía una cicatriz. No, no podía decirse que era un hombre guapo, pero la pose, el gesto, el desenfado mezclado con elegancia bajo la lluvia llamaron mi atención.

-¿Por qué no se refugia bajo el toldo?- Le dije, haciéndole un espacio.

-¿Para qué? Si de algo nos tenemos que morir. Personalmente, apuesto por enfisema pulmonar - Me dijo sonriendo con malicia y levantando el cigarro. –Y usted señorita, ¿de qué se quiere morir?-

La pregunta me sorprendió. ¿Qué clase de persona hace esas preguntas? Sin embargo, decidí seguirle el juego e inventar distintas y excéntricas “muertes”.

-¡Devorada por los leones! O en un parto de trillizos. No… ¡mejor un asesinato! que mi amante en un ataque de celos me tire desde un décimo piso. O que sea víctima de un fuego cruzado del narcotráfico y que en la investigación policiaca me confundan con una de ellos y nunca se sepa que morí. Mejor me aviento a un volcán en erupción… la lava roja me hipnotiza. ¿Son impresionantes los volcanes, no cree?

El hombre seguía fumando y mirándome a los ojos exclamó -Piénselo bien señorita, que se le puede cumplir-

-En un accidente- respondí con seguridad- rápido y en seco. Sin demasiada sangre, pero que en un instante, saz! deje de existir.

La luz artificial de un faro lo iluminaba a la perfección. La lluvia seguía, pero en pequeñas gotas que permitían que el humo que salía de su boca ascendiera formando extrañas figuras. Su pelo y barba estaban mojados y pequeñas gotas se resbalaban por su rostro. Sin embargo, eso parecía no importarle y disfrutaba cada bocanada del cigarro.

La escena era perfecta, por lo que saqué mi cámara y con un tímido “¿Puedo?” lo comencé a fotografiar. La Iluminación difusa daba un balance que nunca antes había fotografiado. Con o sin flash, la escena resplandecía. Le hice close-up, cuerpos completos. Cada foto era mejor que la anterior, lo que me tenía muy concentrada. Ya veía mis fotos en una exposición en Nueva York, en revistas de prestigio, ganando el Pulitzer…

Entonces vi esa fuerte luz y escuché un fuerte grito acompañado de un rechinar de llantas. Y así fue como llegué aquí. Y tú… ¿Cómo te convertiste en recoge-muertos?