martes, 18 de mayo de 2010

Lo que hace uno por comer

Cambié a mi hijo por tres tacos de canasta que vendía el Pato de Goma en la esquina que hacen el inicio del mar y el fin del mundo. El Pato de Goma lloró de la emoción: su hijo podrá tomar baños de tina y jugar con un humano. La madera del taco estaba exquisita; sabía a amanecer con nido de arañas. Jamás volveré a probar ambrosía tan deliciosa, pensé, y me arranqué la lengua para asegurarme de ello. Caminé con las manos hacia la entrada del subterráneo para aves donde solía pedir trabajo de perico. Ahora no, me dijo Jesús mientras se desclavaba de la cruz y agregó: sólo necesitamos enanos que revivan con la luna nueva. Sin trabajo, no me quedó más que poner un huevo y llevarlo a hervir al desierto que está a la vuelta de mi casa. En la entrada me encontré un anuncio de “Cerrado por calentamiento global”; y con enojo aventé el huevo contra la pared donde las elefantas tejían chambritas usando el arcoíris. Como mis tripas seguían maldiciendo, fui a comer a la casa de las letras donde elegí mi favorita: la O. Cada vez le hacen el centro más grande, le reclamé a Shakespeare, quien atendía la fonda. Ofendido, el escritor se suicidó clavándose dos jotas en el cuello. Hubiera sido más fácil colgarse con una ge, cantó un pez desde lo alto de una pared de nieve de frambuesa. Yo le di la razón con todo y mi cerebro.

sábado, 15 de mayo de 2010

Theodore Sturgeon y su Cuerpodivino

Theodore Sturgeon es escritor de ciencia ficción. Cuerpodivino fue publicada tras su muerte, e incluso, en la ficha de Wikipedia en español, no aparece.

La novela está contada desde el punto de vista de ocho personas, las cuales narran en primera persona su encuentro con un ser místico llamado Cuerpodivino. Con forme pasan los capítulos, descubrimos quién es ese ser misterioso y cómo toca a través de la energía sexual que emana, a cada uno de los personajes.

La narrativa tiene un ritmo excepcional; yo lo terminé en un día. Es poético, es cachondo (pero no vulgar), es humano. La idea de elevar el sexo a un nivel sagrado y religioso conecta al lector que ha estado enamorado y caliente por la misma persona. Más que un orgasmo, es la conexión. Supongo que algún católico podría tachar de hereje al texto, sobre todo por las frecuentes referencias a Jesús, pero a mí me encantaron.

Vuelvo a los personajes, que son el hilo conductor de la novela. Todos están delineados física y emocionalmente de una manera muy rica, lo que demuestra la maestría del autor. Además todos soy muy diferentes: un pastor y su esposa, un violador, una loca-desadaptada, una metiche, una artista, un policía corrupto, un viejo agachón.

Mi preferida es la artista Britt Svanguld. Una hippie y excéntrica que se dedica a pintar y sostiene que el tacto es el sentido más valioso. Que en cierto modo, todos los sentidos tocan. A continuación un extracto:

El sentido del tacto es un cristal con muchas facetas. El aire estalla entre el martillo y el yunque y perturba el aire alrededor que a su vez vuelve a perturbar el aire, y esas perturbaciones avanzan hacia ti como pasos hasta que tocan la membrana del oído. Lo mismo ocurre con las ráfagas de sonido que atraviesan las plumas rígidas de un cuervo y las plumas suaves del ala de un búho, y cada una tiene un significado diferente. Ver también es tocar y ser visto es ser tocado, y esto también tiene sus muchos sentidos. No es lo mismo que te vea un niño cruel con una piedra en la mano que un ciervo o una ardilla. Si vives como vivo yo y sabes tocar y ser tocado por los ojos, sientes los ojos incluso cuando no los ves y puedes darte cuenta de qué tipo de tacto es.


viernes, 7 de mayo de 2010

Reloj

Para mí, comprar es una necesidad fisiológica. No sólo porque comprando me hago de artículos básicos como alimentos o ropa, si no porque el tener algo nuevo me hace feliz. Sobre todo cuando minutos antes a adquirir una mercancía, no sabía que la necesitaba. Estoy en constante creación de nuevas necesidades que, entre todas ellas, cubren la mayor: el tener.

“Puras Baratijas” aseguran aquellos socialistas que reniegan de mis compras. Aunque mi rostro no lo refleje, mi corazón ríe de sus comentarios. Y es que amparados bajo una supuesta austeridad, disfrazan su tacañería y su falta de ilusión. Yo no les creo eso de “no necesitar”. ¿Cómo no estar feliz si después de una extensa búsqueda y a cambio de pocos pesos nos encontramos algún tesoro?

Mi lugar favorito para ir de compras es Waldo’s. En este almacén de productos chinos tienen una gran variedad de las llamadas baratijas. Y es que aunque la calidad de los productos no sea la mejor, su precio si lo es. A diferencia de un gran almacén con nombre magnánimo, los productos en Waldo’s están amontonados y en desorden. Los estantes llegan apenas al metro y medio y, aunque tienen una base de productos, es posible encontrar algo nuevo y diferente con cada visita.

Además de satisfacer mi compritis aguda, en Waldo’s mi instinto recolector se despierta; encontrar alguna baratija, como una azucarera de vidrio entre vasos medio rotos, copas ralladas, platos de plástico, saleros sin pimenteros de juego, muñecos sucios de peluche, loncheras y envases de plástico sin tapa es como hallar un arbusto de fresas maduras en un campo de sorgo y elote.

Por eso es que prefiero ir a Waldo’s que a Wallmart, ya que con poco dinero compré de dos a tres artículos que en Wallmart me hubieran costado el triple. Pero no es sólo el ahorro, es gritarle al mundo que me compré un estuche para cargar plumas con una jirafa verde que muy probablemente se rompa en 3 semanas y qué. Porque es mi dinero y hago lo que quiera con él.

En mi última visita adquirí un reloj de pared. Lo encontré en un estante acompañado de otros fabricados también de plástico y supe que lo necesitaba. No sólo por la utilidad de tener quien me indique la hora del día, si no porque el reloj tiene mucha personalidad, a diferencia de su infantil vecino con carátula de Mickey Mouse. Éste tiene colores vivos y números en letra de molde. La orilla es negro brillante, por lo que le hace juego a mi computadora de escritorio.

Lo primero que hice al llegar a casa fue quitarle esa envoltura de celofán y robarle una pila al control remoto de la televisión para que funcionara. Puse un clavo junto a la puerta del estudio, ajusté la hora con la perilla y le coloqué un corazón que le diera vida y lo hiciera latir.

Tac-Tac-Tac-Tac lo escuché y sonreí. Con cada segundo, una aguja comenzó a recorrer los colores verde, amarillo y morado de la carátula. No era el clásico Tic-Tac Tic-Tac; sabía que éste reloj tenía personalidad y su sonido era la evidencia.

Me senté en el viejo reclinable donde suelo leer y eché mi cuerpo hacia atrás. Cerré los ojos para escuchar su latir. Tac-Tac-Tac-Tac. Mientras tuviera pilas, nunca más iba a estar sola. Reloj me acompañaría durante esas compras en ebay, en la lectura semanal del TVNotas y opacaría a Fernanda Familiar. Reloj sería mi guía, mi gurú, mi capataz.

Tac-Tac-Tac-Tac, me habló Reloj para indicarme que ya era hora de comer; que dejara a un lado esa revista y la vida de Belinda porque tenía que atender otros asuntos más importantes.

Tac-Tac-Tac-Tac, me habló Reloj por la tarde cuando la hora de sacar a mis perros a mear se acercaba. Si me tardaba de más, corría el riesgo de encontrar charcos amarillos en mi sala, me advirtió.

Tac-Tac-Tac-Tac me habló Reloj por la noche cuando chismeaba por las fotografías de mis amigos en facebook y me advirtió sobre los peligros de intimidad y cómo el internet se me está haciendo un vicio feo.

Me levanté de mi asiento y puse mi rostro frente al del Reloj. Mi comprita salió bastante mandona; casi como un militar que en base a gritos y madrazos quiere demostrar su superioridad. O como un esposo que interroga en que inviertes cada segundo de tu tiempo, o peor aún, como mi consciencia que me persigue y me reprende en cada actividad.

Le hablé claro y directo. Tú sólo estás aquí para indicarme la hora. La decisión de lo que hago o dejo de hacer es mía y nada más. Tac-Tac-Tac-Tac me contestó insolente. Decidí ignorarlo, cerré la puerta del estudio y me fui a descansar. Mi habitación está un pasillo después y mientras veía la novela no escuché a Reloj ordenándome qué hacer. Por fin entendió cual es su lugar en mi vida, pensé; aún así, decidí dormir con la puerta cerrada.

A media noche Reloj me despertó con sus Tac-Tac-Tac-Tac y comenzó a hostigarme. Tac. Un segundo menos. Tac. Ya se fue otro más. Tac. ¿Qué estás haciendo con tu vida?. Tac no puedes contra mí. Tac soy mejor que tu. Tac. Un segundo menos para morir.

Me levanté de la cama tirando las cobijas al piso. Me calcé en las pantuflas y pisé con fuerza el piso, para contrarrestar los gritos de Reloj. Antes de abrir la puerta del estudio me tranquilicé y respiré profundo; tal vez sólo era un sueño, tal vez Reloj se sentía solo. Con mi mano tomé la perilla y giré empujando hacia afuera. Los Tac-Tac-Tac-Tac de Reloj me pegaron de frente.

Entendí que el diálogo comenzó roto. Tomé a Reloj de la pared y le quité la pila. Tú te lo buscaste, le dije aún sabiendo que ya no me escuchaba. Bajé las escaleras y abrí la puerta del clóset que se encuentra debajo de ellas. Vi a Reloj por última vez y lo arrojé en ese espacio obscuro. Escuché como sus curvas chocaron un par de veces contra más plástico. Quizá lo hizo contra ese radio AM en forma de gato que captaba más interferencia que señales, contra el foco que no embona en ningún socket, contra el aceitero/vinagrero que terminó revolviendo ambos líquidos o contra la torre de CDs con las canaletas destruidas.


Buenos días corazón

Para Coátl
Que escribió los diálogos


No sé si la sueño porque la escribo o la escribo porque la sueño. Eso no es lo importante, me repito, Lo importante es terminar esta jodida novela. Tampoco es importante lo que aún duele cuando escribo recordando esa imagen de sus piernas apenas cubiertas por la falda a cuadros del uniforme, mientras recargaba la planta un pie en la pared de la Prepa Norte. Cuando con libros y bolso en brazos, Jimena dedicaba su alma a esperar y a esperar. En esos mediodías en los que los rayos del sol atacaban su cabellera negra haciéndola brillar con violencia y cómo esa larga crin era levantada por el viento que ocasiona el ir abrazada de un tipejo en moto.

Entonces no me quedaba más que tomar el minibús y recargar mi frente en la ventana para contener la rabia de saberla tan no-mía a pesar de los ¡Buenos días corazón! que a diario sus labios egoístas me dedicaban. No me quedaba más que derrumbarme durante esas tardes grises en las que la sabía en otros brazos, en otros ojos, en otra boca. No me quedaba más que esperar a otra mañana, cuando con un beso en la mejilla refrendaba nuestra amistad. Nuestra eterna y puta amistad.

Así pasaron 365 días y otros 365 más. Llegó la universidad, llegó Buenos Aires, llegaron otras mujeres a quienes no les importaba mucho el que fuéramos amigos o no, siempre y cuando estuviéramos en pelotas. Atrás se quedaron esas tardes en las que me ahogaba por un amor infantil por quien sólo quiso una amistad.

La misma amiga que hoy esperé tomando café en el restaurant de siempre. Jimena entró apurando los tacones y pude anticipar la felicidad que cargaba a pesar de tener sus manos ocupadas entre papeles, bolso y su laptop.

-Buenos días, soñé contigo- dije dejando la taza en el plato- ¿Cómo te fue ayer?

-¡Buenos días corazón!, pues me fue muy bien- me contestó besándome en la mejilla. Sonreía y sus ojos me pedían que siguiera con la entrevista mientras tomaba su lugar frente a mí.

-¿La pasaste bien?- pregunté para satisfacer su imperiosa necesidad de contarme. Ella volteó para pedirle a la mesera otra taza de café, y volví a ver esa crin volar. Colocó sus manos en las mejillas mientras recargaba sus codos sobre la mesa. “Enamorada” fue mi diagnostico y espere la confirmación con su respuesta.

-No es un patán- dijo ella con una sonrisa chueca y la mirada que tantas veces atravesó la mía.
-Es bueno saberlo- respondí. -Entonces, ¿ya estas enamorada?

-¡No para nada!- respondió mientras bajaba las manos para estrecharlas y desvió la mirada. Sonreí ante una mentira tan mala, hasta da vergüenza demostrarla. Todo estaba dicho y el diagnostico confirmado.

No es un patán, repetí en mi cabeza mientras daba otro trago al café. Tampoco lo habían sido Jorge, Eduardo, Leo, Christian, Edgar, Israel, Raúl, Renato, Octavio, Javier… y los demás que terminaron partiéndole la madre a Jimena y de pasada a mí, cuando tuve que recoger esos pedacitos en la idiota esperanza de ser notado.

Y recordé: Jimena lloraba en una habitación obscura de paredes altas y cortinas de terciopelo. Jimena desnuda recorría mi cuerpo con sus labios y dejaba un camino de lágrimas. Gotas de arrepentimiento por haber necesitado de tantos nombres para enterarse de lo absurdo que era el haber vivido en la negrura de un mundo sin mí, sin nosotros, sin estar atados por entero y sin remedio. También estaba yo; la actual prominencia de mi abdomen había desaparecido y en su lugar estaba ese raquítico adolescente con el corazón acelerado y las manos nerviosas que sentían todo.

-¿Más café?- Preguntó la mesera interrumpiendo el recuerdo del sueño de la misma forma grosera que mi alarma lo había hecho unas horas atrás.
-Si por favor- Respondí de inmediato y tratando de disimular.

-¿Y qué soñaste corazón?- Me preguntó Jimena después de mi silencio.

-Nada, el sueño viejo que íbamos a Buenos Aires y caminábamos por Avenida de Mayo. ¿Recuerdas?

-Sí, ¿otra vez?, debes de dejar de contarlo tanto, ¿qué tal si por contarlo ya no se hace?

-Tienes razón… será mejor escribirlo, pues, no dicen nada acerca de escribirlo. ¿Cierto?

-Cierto… ¡pero igual y tampoco se cumple!

-Puras supersticiones, cuando menos te lo esperes estaremos aterrizando en Ezeiza- No esperaremos nada, idiota. Me dijo aquél que habita en mi cabeza y que sabe que en unos meses estará recogiendo los pedazos de Jimena que deje este nuevo patán.