Yo soy

Había llovido. Guadalajara amanecía con neblina y ese olor a tierra mojada del tantas canciones se han hecho. Me puse un abrigo largo sobre la pijama, bufanda y tenis. Palomo ya estaba brincando en la puerta. Todos los días, sin importar el clima o las horas dormidas lo sacaba a cagar antes de las 8 am.

Caminé hasta un canal de agua en donde crecían plantas silvestres. Solté a Palomo, ensalivé mis dedos y los llevé a mis ojos para quitarme las legañas. Mientras veía a mi perro mear, pensaba en esa aspiradora ultrapotente que dejaba la basura en agüita y que costaba 3 mil pesos. Tenía que dar el anticipo saliendo de trabajar. Escuché mi nombre y volteé. Una pelirroja de labios cereza me saludaba. Era Laura, mi maestra de Etimologías Grecolatinas de la preparatoria. Llevaba un abrigo negro con peluche en el cuello y su pelo esponjado estaba contenido por una diadema.

Me contó que aún seguía dando clases en la misma preparatoria y, como suele ocurrir en esos encuentros a años luz, me preguntó que había hecho de mi vida ¿Cómo resumes siete años de tu vida en tres minutos? Estudié y terminé la carrera de Informática y dos años después me casé. Si, Palomo es mi bebé. Mi marido está en casa alistándose para irse a trabajar. Claro que yo también trabajo maestra. Programo para vivir y me gusta mucho. Mi hermana sigue estudiando y es igual de platicadora que cuando la conoció.

Nos abrazamos y la maestra Laura me dejó un beso cereza en la mejilla. Ella fue una de mis primeras rol-model femeninas. A sus cuarenta y tantos seguía soltera. Para algunas de mis compañeras -y sus madres-, el estar “no casada” era un estado social inaceptable. ¿Cómo podía vivir así? En algún viaje de la escuela, la maestra Laura nos dijo cómo: viajando, viviendo en otros lugares del mundo, estudiando lo que te apasiona, conociendo gente que te mueve.

Llamé a Palomo y regresé a casa pensando en el resumen de mi vida. Tenía 25 y todo había salido conforme a lo planeado por mis padres, mis abuelos, sus abuelos y todos mis ancestros. Un retortijón en la panza me acompañó todo el día en el trabajo. Aquella mañana, no sólo me encontré a mi maestra de etimologías. Me encontré a mi misma; a esa Rox que nunca existiría.

Por la tarde, llamé a la vendedora de aspiradoras y cancelé mi pedido.

A más de diez años de ese encuentro, tengo un muro repleto de postales de mis viajes, escribo y tengo sueños que a veces, se me dificulta seguir.  Pero con cada letra lo intento otra vez.