miércoles, 20 de noviembre de 2013

Historia de una mujer que se hace pasar por valiente cuando en realidad es infiel

1
En la primaria tenía una compañera que decía que cabello es el de la cabeza y pelo el de todo el cuerpo. La niña fue mi némesis hasta cuarto.  Sólo por molestarla, yo le decía que eran sinónimos. Sin embargo, ella tenía algo de razón: la raíz latina de cabello es capillus, de la misma raíz que caput, cabeza.

Sin embargo, las palabras que indican la falta de cabello o pelo han tenido a través del tiempo diferente significado: pelado y descabellado.  Mientras que “pelado” se denomina a aquella persona vulgar, de modales corrientes y clase baja, “descabellado” es aquel que hace cosas que van en contra del orden o la razón.  Un insensato.

2
Los judíos jasídicos lo llevan en caireles junto a las patillas por mandato bíblico.  Las monjas y las mujeres islámicas lo ocultan bajo un manto.  Ya no es obligatorio que los jueces ingleses lleven esa peluca blanca llena de rulos del siglo XVIII. Las tribus urbanas también hacen del cabello una forma de manifestar sus principios: los punks lo cortan de los lados y los peinan en picos hacia arriba. Los emos, menos enojados que los punks lo alacian hacia el frente, procurando tapar una parte de la cara, en especial los ojos. Los rastafaris llevan dreadlocks o rastas para enmarcar su mensaje espiritual y naturista. A las mexicanas nos enseñan que el pelo de mujer debe ser largo.  Largo hasta la cintura.

3
Para las mujeres, el pelo hermoso y perfecto sólo lo tiene la de enfrente.  Excepto si eres Jennifer Aniston.

4
Orange Is The New Black es una serie de televisión que se desarrolla en una cárcel para  mujeres. En la serie, cada reclusa tiene un look de acuerdo a su personalidad: Nicky tiene una actitud desafiante que comienza por los ojos negros y rabiosos y termina por el pelo largo y alborotado. Las raíces negras empujan el crespo rubio. Al verla, pareciera que en la cárcel no existen los cepillos. Pero no sólo hay cepillos, también hay un salón de belleza comandado por un travesti, Sophia. Red, la jefa y mandamás de la cocina lo tiene corto y pintado rojo sangre, para que no te olvides que puedes quedarte sin comer si ella lo decide. Piper, la protagonista rubia, usa un pelo corto y aburrido.  Una melena sin chiste comparada al pelo largo y peinado con trenzas y coletas que utilizaba cuando era narcotraficante.  El “era” es importante, ya que Piper, blanca, protestante, educada y en una relación estable, paga por un pasado ilegal al que la arrastró Alex, su examante, a la que reencuentra en la cárcel.  O al menos, eso quieren creer ella y su novio. Conforme avanzan los capítulos, nos damos cuenta que Piper sólo se cortó el pelo.

5
La estética entre semana. Los únicos hombres son gays o menores de 6 años. El chismorreo de la “revista” televisiva es un susurro comparando con lo que se habla entre tijeras, planchas y secadoras. La conversación se alterna entre chismes, modas y hombres en sus distintas denominaciones: hijos, maridos, novios y amantes. Ante la votación popular, ellos son los culpables y las que tienen químicos en el cuero cabelludo, las mártires y poseedoras de la razón. 

La estilista como una especie de cura / bar tender que escucha, reconforta y regaña. La silla frente al espejo, como un segundo (y amañado) confesionario del que cuando te levantas, no sólo tienes un nuevo look, también consigues el perdón.

6
El pelo largo que cae desordenado sobre los hombros, que mal oculta los pezones obscuros, erectos. La rendición sexual de la mujer comienza con su larga y abundante cabellera que cae desordenada en la cama. Dedos masculinos traspasan las hebras lacias y negras o jalan los rulos pelirrojos o acarician el delgado pelo rubio. 

Lo único que importa es que esté suelto y que sea largo.

7
Serle infiel a la estilista se paga caro.  A veces, hasta 10 centímetros de largo.

8
"Es hora de declarar que esta es una historia autobiográfica, y por lo tanto profundamente sincera."


Margo Glantz

Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador

9
Celebré mi cuarto cumpleaños en Chapultepec. No tengo recuerdos de ese cumpleaños, pero tengo un video en el que salgo con un vestido café que llegaba a la pantorrilla. El vestido tenía unas cuatro capas de tela; la de encima era una gasa vaporosa, con holanes en las puntas y en las mangas.  Sin embargo, lo que más me gusta de esa imagen es mi pelo peinado en dos colitas a un lado de cada oreja.  No eran colitas muy altas, pero si largas: llegaban a media espalda.  Mi pelo siempre ha sido grueso, lacio y castaño. Y pesado, muy pesado.  Si lo ataban en una sola cola, me pesaba.  Mi mamá solía estirarlo hacia atrás para atarlo, por eso rara vez andaba despeinada. Lo estiraba tanto, que mis ojos se hacían de “chinita”

10
“Qué le hiciste a mi pelo” me dijo alguna vez un ex.  Y sólo porque lo dejé en una melena sobre los hombros.  Porque a veces el pelo femenino no pertenece a las mujeres.  Pertenece a un ritual amatorio posesivo.  No es extraño ver ante una ruptura sentimental, a mujeres que cambian drásticamente el look. Ante la incapacidad de cortarle el pito, nos cortamos ese pelo que él adoraba. Si a él le gustaba el pelo negro, lo pintamos rojo.  Si le gustaba chino, lo alaciamos.  Lo importante es el mensaje: tú no mandas más, me libero de ti (aunque por las noches sigamos llorando)


11
A los 3 meses de vivir en España, me mudé con Vicky, una peluquera. (Así les dicen allá a las estilistas). Tenía veintitantos años, de piel blanquísima y pelo rubio artificial. Sensible y ruidosa, Vicky me adoptó como su amiga-mascota. Se burlaba de mi acento y me enseñaba a hablar gachupín. 

Antes que mi pelo pasara por su navaja, lo traía casi parejo y unos centímetros bajo los hombros. Cuando llegué a la escuela con su corte, mis compañeros me miraron asombrados. ¡Qué bien te ves! Vicky lo había cortado en capas y el aire de inicios de primavera acomodaba sus puntas hacia afuera sin necesidad de secadora.

Comencé a cambiar mis pinches y chingados por joder y me cago en. Mis pantalones de mezclilla por vestidos y faldas. Cuando llegó el verano y volví a casa con el pelo rojo, la principal “observación” de mis amigos y familiares fue que estaba demasiado gachupina.

12
Creo que es momento de confesar que le fui infiel a mi estilista.

13
Desde hace un año que intento tener el pelo largo.  No mucho, un poco por debajo de los hombros.  Gris, mi nueva estilista, también lo corta con navaja y dando la espalda a espejo.  Así que no soy testigo del cambio, sólo puedo ver el resultado.  Y el resultado de mi último corte fue dramático.

Corto. Muy corto. Tan corto que la parte de la coronilla quedaba con un parado “punk”. Tan corto que no podía meter mis dedos entre el pelo y sentir una melena. Tan corto que hasta los hombres de la oficina se dieron cuenta que me había cortado el pelo.


La opinión general fue positiva. “Valiente” dijeron algunas. Yo no lo quería así, replicaba a pesar de saber que me veía bien. Es como uno de esos trastornos psicológicos en las que se percibe una realidad distorsionada. Hay algo en mis neuronas que rechazan lo que me regresa el espejo.  Porque me veo y veo a las monjas del colegio y a las señoras cincuentonas que se resignaron a vivir sin menstruación y sin cabello. 


domingo, 20 de octubre de 2013

Diablo con vestido azul


¿Te enojas si bailo con la de vestido azul?, me dijo mi marido. Sentí cómo se tambaleaba mientras rodeaba mis hombros con su brazo. ¿Verdá que no te enojas, beibi? 

En un capítulo de Cómo me hice monja, de César Aira, hay un conjunto de minihistorias extraordinarias. La protagonista -una niña de 6 años-, ingresa 3 meses tarde a clase y se encuentra que todos sus compañeritos ya saben leer. La maestra decide ignorarla, por lo que la niña se dedica todo el día a imaginar que sus compañeros tienen algún problema emocional y que ella es su maestra. Uno de los chicos tiene un problema peculiar: Su mamá no sabe que en realidad es su papá, ya que es quien trabaja, se enoja y bebe. Y por supuesto, su papá tampoco sabe que en realidad es su mamá, ya que es quien cocina y lo cuida. No recuerdo cómo imaginariamente lo ayudó. 

Gisela nos explica las diferencias entre orientación sexual y género. Eso explica por qué a algunas vestidas les gustan las mujeres. Tal vez a todos los hombres les sigue gustando vestirse de mujer. A la primera oportunidad (despedidas de soltero, novatadas, fiestas de disfraces) agarran prestado un vestido de la madre o hermana y se lo ponen. Supongo que hace un par de siglos no tenían ese problema. Eran ellos quienes se maquillaban, usaban pelucas y camisas con mucho vuelo. Pero la clase media y las feministas les vinieron a joder todo. 

Sólo íbamos a cenar, el plan de ir a Maximiliano (el antro gay de la ciudad) salió al calor de los mezcales. Además de mi marido me acompañaban tres compañeros del trabajo. Debo haber sido la más fachosa aquella noche: ningún maricón, vieja o vestida desafiaba mi look de pants rosa, tenis blancos y blusa negra con el mapa del metro de NY entre las tetas. Un look bastante cutre para la corte de Maximiliano, quien cuelga de un cuadro de marco dorado, con su imponente capa roja y su larga e inmejorable barba. Pero era el Maximiliano, donde quien eres o cómo te vistes no te cierra la puerta en las narices. 

En cierta ocasión a mi ex se le pasaron las copas. No era difícil pues era bastante joto para tomar. Entonces comenzó a contarme de su exnovia bisexual. Siempre que hablaba de sus ex era para chillar de lo mal que lo han tratado las mujeres. Pero hasta esa noche, nunca había escuchado de su novia bisexual. Me contó de la fiesta de disfraces, en la que ella se vistió de hombre y él, de mujer. Sus ojos le brillaron, sonreía y los cachetes estaban rojos. Sólo lo volví a ver así la vez que besó a uno de Soda Estéreo que la hacía de DJ. 

En el trabajo, cuando alguien comente el error de dejar la máquina desbloqueada, otros aprovechan para mandar correos que dicen "Soy bien putote" "Fulanito, ven y truéname el huacal" y cosas así. 

La de vestido azul era prieta y con los cachetes cacarizos. Su pelo largo y negro era una peluca o un cabello muy maltratado. Flaca, flaquísima. El vestido azul turquesa estaba entallado al cuerpo y le tapaba muy apenas las nalguitas. Usaba zapatos (tacones) de plataforma. Como si su altura natural no fuera suficiente. Bailaba cumbias con una chaparrita cuerpo de uva, como decía mi mamá. La falta de grasa en los pechos, nalgas y caderas era sólo uno de los indicadores de que entre las piernas tenía un pedazo de carne apachurrado. 

Los suricatas macho, cuando son cachorros, parecen hembras. Así engañan a los machos dominantes, sus futuros contrincantes en el amor sexo. En cambio, hay serpientes macho que cuando tienen frío se hacen pasar por hembras, para que otros machos se les restrieguen y les den calor. 

En Cómo me hice monja, resultó que se la niña se llama César Aira. 

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La del vestido azul acaparó la atención de mis compañeros de borrachera. Me sacaron del círculo del desmadre para discutir quién la invitaba a bailar: Sácala a bailar o qué, ¿vas a dejar de ser hombrecito?. No güey, a ver, sácala tú. Por eso me puse a bailar sola. Cumbias. El reflejo de la puerta de emergencia me regresaba mi imagen moviendo las caderas. Los genes paternos fueron generosos conmigo y con mi trasero. Nadie me miraba, excepto la del vestido azul.