viernes, 7 de mayo de 2010

Reloj

Para mí, comprar es una necesidad fisiológica. No sólo porque comprando me hago de artículos básicos como alimentos o ropa, si no porque el tener algo nuevo me hace feliz. Sobre todo cuando minutos antes a adquirir una mercancía, no sabía que la necesitaba. Estoy en constante creación de nuevas necesidades que, entre todas ellas, cubren la mayor: el tener.

“Puras Baratijas” aseguran aquellos socialistas que reniegan de mis compras. Aunque mi rostro no lo refleje, mi corazón ríe de sus comentarios. Y es que amparados bajo una supuesta austeridad, disfrazan su tacañería y su falta de ilusión. Yo no les creo eso de “no necesitar”. ¿Cómo no estar feliz si después de una extensa búsqueda y a cambio de pocos pesos nos encontramos algún tesoro?

Mi lugar favorito para ir de compras es Waldo’s. En este almacén de productos chinos tienen una gran variedad de las llamadas baratijas. Y es que aunque la calidad de los productos no sea la mejor, su precio si lo es. A diferencia de un gran almacén con nombre magnánimo, los productos en Waldo’s están amontonados y en desorden. Los estantes llegan apenas al metro y medio y, aunque tienen una base de productos, es posible encontrar algo nuevo y diferente con cada visita.

Además de satisfacer mi compritis aguda, en Waldo’s mi instinto recolector se despierta; encontrar alguna baratija, como una azucarera de vidrio entre vasos medio rotos, copas ralladas, platos de plástico, saleros sin pimenteros de juego, muñecos sucios de peluche, loncheras y envases de plástico sin tapa es como hallar un arbusto de fresas maduras en un campo de sorgo y elote.

Por eso es que prefiero ir a Waldo’s que a Wallmart, ya que con poco dinero compré de dos a tres artículos que en Wallmart me hubieran costado el triple. Pero no es sólo el ahorro, es gritarle al mundo que me compré un estuche para cargar plumas con una jirafa verde que muy probablemente se rompa en 3 semanas y qué. Porque es mi dinero y hago lo que quiera con él.

En mi última visita adquirí un reloj de pared. Lo encontré en un estante acompañado de otros fabricados también de plástico y supe que lo necesitaba. No sólo por la utilidad de tener quien me indique la hora del día, si no porque el reloj tiene mucha personalidad, a diferencia de su infantil vecino con carátula de Mickey Mouse. Éste tiene colores vivos y números en letra de molde. La orilla es negro brillante, por lo que le hace juego a mi computadora de escritorio.

Lo primero que hice al llegar a casa fue quitarle esa envoltura de celofán y robarle una pila al control remoto de la televisión para que funcionara. Puse un clavo junto a la puerta del estudio, ajusté la hora con la perilla y le coloqué un corazón que le diera vida y lo hiciera latir.

Tac-Tac-Tac-Tac lo escuché y sonreí. Con cada segundo, una aguja comenzó a recorrer los colores verde, amarillo y morado de la carátula. No era el clásico Tic-Tac Tic-Tac; sabía que éste reloj tenía personalidad y su sonido era la evidencia.

Me senté en el viejo reclinable donde suelo leer y eché mi cuerpo hacia atrás. Cerré los ojos para escuchar su latir. Tac-Tac-Tac-Tac. Mientras tuviera pilas, nunca más iba a estar sola. Reloj me acompañaría durante esas compras en ebay, en la lectura semanal del TVNotas y opacaría a Fernanda Familiar. Reloj sería mi guía, mi gurú, mi capataz.

Tac-Tac-Tac-Tac, me habló Reloj para indicarme que ya era hora de comer; que dejara a un lado esa revista y la vida de Belinda porque tenía que atender otros asuntos más importantes.

Tac-Tac-Tac-Tac, me habló Reloj por la tarde cuando la hora de sacar a mis perros a mear se acercaba. Si me tardaba de más, corría el riesgo de encontrar charcos amarillos en mi sala, me advirtió.

Tac-Tac-Tac-Tac me habló Reloj por la noche cuando chismeaba por las fotografías de mis amigos en facebook y me advirtió sobre los peligros de intimidad y cómo el internet se me está haciendo un vicio feo.

Me levanté de mi asiento y puse mi rostro frente al del Reloj. Mi comprita salió bastante mandona; casi como un militar que en base a gritos y madrazos quiere demostrar su superioridad. O como un esposo que interroga en que inviertes cada segundo de tu tiempo, o peor aún, como mi consciencia que me persigue y me reprende en cada actividad.

Le hablé claro y directo. Tú sólo estás aquí para indicarme la hora. La decisión de lo que hago o dejo de hacer es mía y nada más. Tac-Tac-Tac-Tac me contestó insolente. Decidí ignorarlo, cerré la puerta del estudio y me fui a descansar. Mi habitación está un pasillo después y mientras veía la novela no escuché a Reloj ordenándome qué hacer. Por fin entendió cual es su lugar en mi vida, pensé; aún así, decidí dormir con la puerta cerrada.

A media noche Reloj me despertó con sus Tac-Tac-Tac-Tac y comenzó a hostigarme. Tac. Un segundo menos. Tac. Ya se fue otro más. Tac. ¿Qué estás haciendo con tu vida?. Tac no puedes contra mí. Tac soy mejor que tu. Tac. Un segundo menos para morir.

Me levanté de la cama tirando las cobijas al piso. Me calcé en las pantuflas y pisé con fuerza el piso, para contrarrestar los gritos de Reloj. Antes de abrir la puerta del estudio me tranquilicé y respiré profundo; tal vez sólo era un sueño, tal vez Reloj se sentía solo. Con mi mano tomé la perilla y giré empujando hacia afuera. Los Tac-Tac-Tac-Tac de Reloj me pegaron de frente.

Entendí que el diálogo comenzó roto. Tomé a Reloj de la pared y le quité la pila. Tú te lo buscaste, le dije aún sabiendo que ya no me escuchaba. Bajé las escaleras y abrí la puerta del clóset que se encuentra debajo de ellas. Vi a Reloj por última vez y lo arrojé en ese espacio obscuro. Escuché como sus curvas chocaron un par de veces contra más plástico. Quizá lo hizo contra ese radio AM en forma de gato que captaba más interferencia que señales, contra el foco que no embona en ningún socket, contra el aceitero/vinagrero que terminó revolviendo ambos líquidos o contra la torre de CDs con las canaletas destruidas.


1 comentario:

Lahetaira dijo...

El infierno es de plástico, eso seguro.