jueves, 21 de enero de 2010

Que no se encuentre a una gringa

Faltaban apenas tres minutos para la salida del autobús y pensábamos aprovecharlos por completo. Por eso, nos besábamos con pasión, a labios abiertos y manos exploradoras. El que los demás viajeros se incomodaran nos tenía sin cuidado. Una vez que Daniel tomara aquel autobús, sólo Dios sabía cuándo lo volvería a ver.

Cuando el empleado de Greyhound anunció la salida inminente de ese apestoso camión, nos separamos. El llanto ensuciaba mi vista, pero aún así, no pudo apartarse de Daniel, que subía a su destino primermundista. “Que no se encuentre una gringa / que no se encuentre una gringa” rezaba en mi mente.

El autobús se alejó de la estación y yo me senté en una de esas incomodísimas sillas de plástico azul a continuar con mi letanía. Quizás, si lo repetía diario y con fe, mi plegaria se haría realidad. Así lo había hecho desde que vi el infame boleto comprado.

Desolada, miraba con asco aquella estación de autobuses pueblerina. El piso estaba tan sucio que era imposible ver su color original. Casi no había luz y el olor a garnacha quemada apestaba la minúscula sala de espera.

Tirado en el piso, un indigente haraposo jugaba con una cámara de fotos digitales. Traía puesto un gorro negro y un guante del mismo color. Sólo uno. Un guante sin pareja, una mano fría en este invierno. “Sé lo que se siente” pensé, suspirando con resignación.

Desvié la mirada de aquel hombre. Ver la decadencia tercermundista me hacía recordar las palabras de Daniel. “En el norte no hay pobres” me repetía con admiración casi fanática de los hijos de Micky Mouse. “En el norte no estoy yo” le contestaba besándole los ojos. Sentí un fuerte dolor en el pecho, lo que me hizo subir los pies a la silla y abrazar mis piernas muy junto a mí. Clavé mi cabeza en el hueco que quedaba entre ellas, dejando las lágrimas correr.

Gritos y golpes me sacaron del trance. Mano-Fría se peleaba con otro indigente –gordo y peludo- por la posesión de la cámara. Tenía la mano sin guante, enredada en la sucia greña de su contrincante y le sostenía la cabeza con firmeza. El puño vestido estaba cerrado y golpeaba con fuerza los flácidos cachetes cubiertos de barba.

El gordo ya sangraba cuando la “seguridad” de la estación los separó. Ellos, por supuesto, opusieron resistencia. Entre gritos, mentadas y golpes contenidos, la cámara digital salió volando directo a mis pies. Nadie notó cuando la recogí, ni cuando comencé a recorrer las fotos con curiosidad.

En la primera foto que se mostraba estaba yo, devorando la boca de Daniel. Me asombré y seguí recorriendo las fotografías. Una a una, se mostraba la misma escena pero con distintos protagonistas y fechas. Todo un romántico resulto Míster Mano-Fría. Tal vez y aún sigue esperando a su amada, tal vez así termine yo.

Esos absurdos pensamientos se encontraban en mi cabeza cuando en esa minúscula pantalla apareció una vez más Daniel. Pero la fecha era de ayer y la mujer, mi prima Ramona. “Puta vieja” exclamé con rabia.

Al parecer, mi oración había sido escuchada. ¿Pero tenías que tomar las cosas así de literal?. Dios es hombre, me cae.