sábado, 2 de enero de 2010

La otra

La semana pasada me enteré que yo soy la otra. Sentada en una banca incómoda de aquel frio salón, observé a mi alrededor y me di cuenta que sí, soy la otra. Hace seis años llegué a vivir a Querétaro. Unas semanas antes me había enamorado del centro histórico adoquinado, de los atardeceres turquesa y de las iglesias coloniales pintadas en amarillo mostaza. En aquel entonces, llegué a trabajar a una empresa que venía del norte del país, llena de no-queretanos.

Y como pasa con los grandes amores, poco a poco fui conociendo más de sus calles e historia. Aunque siempre lo hice rodeada de extranjeros como yo. Entonces me quedé vivir aquí. Hace poco, me inscribí a un diplomado en Historia de Querétaro en el que me enteré que soy la otra.

Durante la última clase, “usos y costumbres queretanas”, mis compañeros comentaban que en los cincuentas, los queretanos “originales” vivían en el centro y llamaban despectivamente los otros a aquellos que llegaban a vivir del rio Querétaro (avenida Universidad) hacia afuera. Lo que hoy es la colonia Primavera.

Los otros traían costumbres que atentaban contra la moral queretana. Eran libertinos, ladrones y se corría el rumor que ni se bañaban. Estos emigrantes ni siquiera a las leyendas respetaron, puesto que hasta a las brujas expulsaron de la colonia por la que antes paseaban y que ahora lleva su nombre.

En respuesta, los queretanos se encerraron en su precioso centro histórico y conservaron sus costumbres y tradiciones. Explicaban con una mezcla de emoción y añoranza que en los setentas, aún se “echaba reja” y que alguno de los hijos -sin importar el sexo- se quedaba soltero para cuidar a los padres hasta su fallecimiento.

Por supuesto, el enterarme de todas estas costumbres me tenían en shock. Durante el receso, observé a mis compañeros de clase: todos mayores que yo y todos –a mi parecer- muy queretanos. Hablan un lenguaje de común de calles y acontecimientos de los que yo quedo excluida. Se visten sin llamar demasiado la atención, hablan con tranquilidad y se preguntan por familiares y amigos con los que han convivido toda su vida. Y que yo llegué sin bañarme, cruda y con el pelo pintado de rojo…

Comencé a fijarme en el cuello de las señoras que asisten. A la que no le veía un crucifijo colgando era porque estaba utilizando bufanda. Sin embargo, una de ellas traía una figura plata en relieve, pero no encontraba forma de qué. Era curvilínea y tenía un hoyo en medio. La verdad es que le encontré forma de vagina, lo que se me hizo muy extraño.

Le pregunté sobre su dije y mirándome con incredulidad me dijo: “Es la Virgen de Guadalupe”. Lo dijo en un tono de voz que clarito escuché “otra pinche hereje extranjera”. Las demás señoras me voltearon a ver con desprecio. Me disculpé justificando tan aberrante equivocación con miopía. Apenada, me alejé de ahí.

Todos esos descubrimientos se amontonaron todo el día en mi cabeza. ¿Cómo nunca lo había notado? ¿Cómo es que la gente de la ciudad que amaba y que me había recibido era tan diferente a mí? ¿Qué es lo que le queda a este Querétaro?