martes, 1 de diciembre de 2009

La Habitación

Me despertó el sonido del teléfono. Me levanté a tientas siguiendo el ruido del aparato. Estaba oscurísimo y la habitación aun era desconocida para mí por lo que en mi prisa por contestar, choqué mi cabeza con la cama de arriba. Adolorida, me dirigía a la puerta, buscando en su marco el encendedor de luz. Cuando lo encontré, el teléfono ya había callado. Olvidé que el interruptor se encontraba apenas a un metro del suelo y yo buscaba más arriba.

Encendí la luz y observé mi nueva habitación: las sábanas eran rosas, la pared tenía ositos y la lámpara del techo estaba adornada con listones de colores. Sí, era una habitación para niñas, pero decidí rentarla porque tenía computadora con internet.

Me acerqué a la ventana y subí la dura persiana. La primera vez que la vi no supe bien cómo subirla. Nunca había visto una persiana así y sin duda, me sorprendió. De color café muy obscuro, se encuentra entre dos vidrios, por lo que el mecanismo para subirla se encuentra incrustado en la pared y hay que jalar con fuerza. Jalar y soltar. Jalar y soltar.

La luz invernal se asomó por la ventana, que daba justo a una glorieta nevada. Abajo, los carros ya circulaban con prisa y yo, congelada, no quería ni quitarme la pijama. A pesar que el suelo de parquet (una especie de madera al parecer, muy popular en España) contenía mucho del frío, enfundé mis pies en un par de pantuflas acolchonadas.

Afuera, muchos árboles contenían la nieve nocturna y contrastaban elegantemente con los edificios de apartamentos color marrón. La primera vez que vi la nieve me emocioné mucho, ya que nunca antes lo había hecho. Sin embargo, ahora que el paisaje ya era habitual esperaba ansiosamente a que avanzaran los meses e hiciera un poco de calor.

Volví al escritorio de madera que soportaba a la rudimentaria computadora. En lo que encendía, acomodé los pocos recuerdos que había traído de México. Fotos, una muñeca, una botella de tequila.

No elegí llegar a Madrid en invierno, eso lo marcó el calendario de clases. Yo prefiero sentir el sol sobre mis hombros aunque mi piel se queme. Me gusta usar ropa liviana y zapatos abiertos. Levantarme el pelo y usar lentes obscuros. El frío español de aquellos primeros días combinaba con mi estado de ánimo: melancólica, asustada, nostálgica, solitaria. Cuando el calendario avanzó obtuve mi ansiado calor y usé alpargatas de colores.

Ahora sé que así tenía que ser.