martes, 20 de abril de 2010

El ángel escritor

-¡Joder!, tanto gilipolla cargando regalos que creen que la navidad es un espíritu, cuando en realidad es una puta estrategia mercadológica de Dios- decía Ángel en voz alta mientras caminaba. Su voz era triste pero enfática.

-¿Cómo?- le pregunté.

-Dios siempre elige el argumento de todas las historias de Noche Buena y Dios es un cursi- aseguró.

Ángel vestía una gabardina gris, camisa amarilla, sombrero de copa y shorts. Pensé que era un loco más de esos que hablan solos y caminan por la Gran Vía durante las fiestas decembrinas, sobre todo porque el aire frío no estaba como para andar usando shorts.

La gente me empujaba hacia adelante evitando así que escuchara lo que Ángel me intentaba decir. Caminé a contra corriente, siguiendo el sombrero que sobresalía entre el gentío. Entonces le propuse que me contara más, pero en un lugar menos congestionado. Con una sonrisa tímida pero sincera, me siguió hasta San Ginés. Ya con chocolate y churros servidos, Ángel me comenzó a contar.

En el cielo, existe una corte de ángeles que se dedican a escribir historias e iluminarlas en la gente. Al parecer, es una enorme corporación en la que existen editores, traductores, recopiladores, actualizadores, inspiradores y por supuesto, escritores. Todos ellos están divididos en ramas que dependen del tipo de religión y formato de los textos. Ángel me dijo que él estaba en la rama cristiana y para su mala suerte, en los cuentos de Navidad. Y es que éstos eran directamente supervisados por Dios; “y Dios es un cursi” volvió a decir.

Ángel comenzó a sonreír cuando recordó que en sus tiempos de novato, él escribía mitología escandinava.

-Todo se valía- me aseguró sonriendo mientras sopeaba su churro en la taza del espeso chocolate- Inventé bestias, elfos y gigantes, lenguajes. Revolví deidades, creé semidioses, decidí destinos. Pero ahora, con el auge monoteísta todo acabó-

Para mi sorpresa, Ángel se empinó toda la taza de chocolate de un par de tragos. Me preocupó que se pudiera causar un choque diabético, pero él lo hizo como si se tratara de cerveza y continuó:

-Cuando me cambiaron al área de cuentos de Navidad intenté innovar, proponer. Todas las historias hechas hasta el momento eran cursis y poco inteligentes. Enfocadas mayormente a los niños y a la mercadotecnia; los ridículos cuentos tratan al lector como retrasado, como si una historia bonita pudiera ocultar la maldad en el mundo- dijo con rencor mientras se tomaba la tasa completa de chocolate.

-Pero así son todas las historias que yo conozco, ¿entonces qué escribiste?- Le pregunté.

-¿Conoces Canción de Navidad? ¿El Cascanueces? ¿La niña de los fósforos? ¿El soldadito de plomo?- me preguntó alzando la voz. Yo asentí a cada pregunta. Ángel se detuvo un instante, como si escogiera las palabras por decir. Volvió a tomar chocolate de su taza, lo que me sorprendió; no me había dado cuenta que pidiera más. Sin embargo, no quise poner atención en eso y dejarlo continuar.

-En la historia original de Canción de Navidad, el niño chantajeaba sentimentalmente a Scrooge por ser discapacitado y lo torturaba por las noches. Al soldadito de plomo lo funden en balas con el que asesinan al niño que lo separó de su amada bailarina. La gran batalla en el Cascanueces fue provocada porque la niña drogó con opio- dijo arrastrando las “r” y las “a” –Yo escribí todas ellas, pero por órdenes de Dios, el editor cambió todas mis historias y las hizo una mierda cursi.

La interminable taza de chocolate seguía inyectándole energía para contarme historias: Santa Claus era un ladrón al que una vez sorprendieron entrando por la chimenea, los árboles empezaron como un negocio canadiense, etcétera. Su comportamiento era de un borracho altanero y malacopa, por lo que cuando comenzó a insultar a Dios y a escupir al cielo, pagué la cuenta y lo saqué de ahí. Como apenas y podía caminar, lo sostuve pasando su brazo por mi cuello.

Pedí un taxi y lo llevé a mi departamento. No tenía corazón para dejarlo tirado en la calle y Ángel seguía asegurando que venía del cielo y que era escritor. Mientras caminaba en zigzag por la sala, noté que tenía el rostro rojo y arrastraba aún más las palabras al hablar. Había leído sobre mentirosos compulsivos e hipocondriacos, por lo que supuse que mi ebrio acompañante tenía una combinación de esos dos problemas, ya que físicamente es imposible emborracharse con chocolate.

Fuera fingido o no, decidí que debía bajarle la borrachera a Ángel y lo metí a la ducha. Lo llevé al baño y cerré la puerta tras él y se recargó contra la pared. Abrí la llave caliente y mientras escuchaba como caía el agua en el piso, comencé a desnudarlo. Desabroché su camisa y tomándola junto con la gabardina, tiré de ambas prendas hacia abajo. Fue necesario que diera dos tirones más para dejar su torso desnudo. Ángel era alto, por lo que la actividad de desnudarlo requería un esfuerzo mayor. Suspiré al arrodillarme a la bragueta del short; desabroché el botón de la cintura, bajé el zipper y la prenda resbaló sin complicaciones, por lo que tomé el calzón de las caderas y lo bajé.

Cuando su pubis quedó al descubierto, lo que vi me conmocionó. En realidad, lo más impactante fue lo que no vi, ya que Ángel carecía de vellos, de pene y de testículos. No podía creerlo, por lo que comencé a tocarlo para confirmar lo que decían mis ojos. La piel era suave y tersa, sin duda mis dedos disfrutaban el recorrido. Estiré el dedo índice y me dispuse a recorrer la parte donde se juntan sus muslos. Apenas comenzaba mi exploración, cuando escuché una risa débil seguida de un aleteo que aventó un chiflón de aire. Volteé hacia arriba y vi como un par de alas de plumas blancas se expandían por su espalda.

Aún dudo que sea escritor.

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