domingo, 18 de julio de 2010

Jaime Gamboa y su orquesta

¿Qué tan cerca está la música de la narrativa? Si leyeran a Jaime Gamboa, dirían lo mismo que yo: demasiado.

Jaime es de Costa Rica y su libro/CD “La Orquesta Imposible” es un deleite para los sentidos. Acompañado de vino tinto o de un roncito , la tarde está garantizada. El libro, de la editorial Ojalá (que buen nombre para una editorial) consta de siete cuentos divididos en, por supuesto, Lado A y Lado B: Una diva del tango muy lejos de su país; un anciano sin memoria al que confunden con Director de Orquesta; Pedro -Peter- Nolasco, enamorado del rock y de su mujer; un cabo redactor de comisaría que le da por escribir canciones y cartas de amor; un maestro de violín que carga con más de una tragedia; un romance imposible de un pianista en la Habana que incluye a Castro, Somosa y a Kennedy; un nicaragüense refugiado en Costa Rica, que encuentra a un acordeonista que dice haber pertenecido a Los Osados, un grupo de golpistas de Somoza.
Aunque la música es el hilo conductor entre todos los cuentos/canción del libro, lo que en verdad les une es que son historias de vida. Historias sinceras y transparentes de narración impecable. Historias coherentes, sin vueltas de tuerca dramáticas.
No sé quien fui. Me desperté hace seis años, en la cama que ahora ocupa la Meche. Cuando abrí los ojos no sentí nada, como si no tuviera cuerpo. Solo unos quince minutos después me comenzó a doler acá, detrás de la cabeza y empecé a oír unas trompetas y unos cornos. Entonces traté de moverme pero no pude. Logré girar un poco los ojos y vi a la Meche aquí sentada a la par de la cama, en esta misma silla, viéndome como si viera a un muerto en vida. La cara de la Meche en ese instante no se me olvida, porque lo primero que pensé fue: “Está muy vieja para ser un ángel”. Pero seguía oyendo aquella sección de metales que se parecía mucho a lo que yo pensaba que serían las trompetas del Apocalipsis. Lo segundo que pensé fue: “Esta muy bonita para ser un demonio”. No sé cuánto rato estuve mirándola así, con los ojos torcidos porque me dolía mover la cabeza, pero recuerdo que me dio tiempo de pensar un montón de cosas. Las recuerdo todas. Pensé que, si estaba en el cielo, me habían estafado: ¿Qué hacía esa señora en bata, temblando a la par de mi cama? Si estaba en el infierno, no parecía tan malo, aunque hacía mucho frío y la verdad, no me parecía haber sido tan malo para merecer el castigo eterno. Entonces traté de recordar algo malo que hubiera hecho y no pude. Ahí comencé a llorar. Lo recuerdo porque la Meche por primera vez, se acercó, arqueó las cejas y caminó despacio, dejando abrir una sonrisilla que ahora le conozco muy bien; dio gracias a Dios porque me había despertado y me secó una lágrima con la punta temblorosa de su bata.
ORFEO, extracto. La orquesta imposible.
Jaime Gamboa.
La pura vida, como dicen en aquella latitud. Tengo que confesar que le tengo mucha envidia a la forma de escribir de Jaime Gamboa. No sólo porque cada cuento tiene una estructura diferente, si no porque habla de sentimientos puros, blancos. Y la razón de mi envidia es, que precisamente eso es lo que me cuesta mucho trabajo al escribir ficción. “Profundidad” me dicen.

Tengo una idea bastante clara de qué escribir y cómo escribirlo para que el lector se ría o me miente la madre. He experimentado con el asco, el dolor y la violencia, pero siento que aún estoy verde en eso.

Una escribe lo que sabe, de lo que ha vivido. Al menos, en un inicio, cuando la experiencia es poca. Entonces ¿No soy más que una marimacha payasa y cochina?

No. Yo digo que soy algo más. Pero no estoy muy acostumbrada a sacarla. Y es que en éste H. Blog, éste mi cuaderno de ensayo, siempre le he huido al tema sentimental. No hay cosa que me cague más que un blog cursi y quejoso, lleno de corazoncitos, rosa y dedicado a la felicidad o tristeza que desencadena el ser amado. Esos blogs me mataron por dentro, snif.

Pero Jaime Gamboa me ha enseñado que no tiene nada de malo hablar de sentimientos blancos como el amor o amistad, siempre y cuando, tu narrativa tenga los elementos necesarios para sonar a Pearl Jam y no a Lady Gaga.

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