sábado, 8 de enero de 2011

Ricardo Garibay y sus mujeres

Hasta los años cuarentas, cada mujer era una forma de la desventura. Después, cada mujer ha venido siendo una forma de amargura de vivir o del esfuerzo denodado por convertirse en un ser humano de verdad. Voy apartando a ésta, a ésa, a aquella otra, para hace una galería de mujeres de hoy: cómo son y contra qué se anulan hoy día. Y hallo eso que digo, y esto: son todas ellas las formas de la soledad, nadie está ni puede estar para ayudarlas a ser o a no ser. Acaso esto sea lo que más las lastima.

Ricardo Garibay, Mujeres y perplejidades literarias.

Ricardo Garibay tomaba fotografías con letras. La nitidez de sus imágenes nos obliga, como lectores, a oler la mezcla de sangre y sudor del Púas Olivares; a reírse ante la conversación sin tema de dos padres de familia en Acapulco; a sentir los pies cansados por intentar finalizar los trámites burocráticos. Como observador, Garibay era meticuloso. Como escritor, implacable, lírico, obsesivo. Sabe que el oficio de escritor no es otro que narrar. Narrar sin juicios, sin subir a pedestales. Narrar de lo que se ve, de lo que se vive, comprometiéndose con su literatura.

Sin dejar a un lado las capacidades narrativas de Garibay, en estos párrafos intentaré plasmar el impacto que las mujeres de la obra literaria de Ricardo Garibay han tenido en mi vida.

Primero fueron sus Treinta y cinco mujeres, la galería de la que habla el autor. Jóvenes, viejas, casadas, solteras, emancipadas. Mujeres de ciudad, de campo, solitarias o llenas de hijos. Treinta y cinco vidas que, en una primera aproximación, tienen muy poco que ver conmigo. Sin embargo, de cada una de ellas pude extraer un perdón, una sonrisa. Un momento de lucidez, en los que, como dice Zoila “Ya puedo ponerme a vivir”.

Eso es lo maravilloso de la literatura: el encontrarme en la vida de otros y entender que, quien está del otro lado del espejo, soy yo. Apartarme por un momento de las obligaciones y retos que tengo como mujer (o me han asignado). Verme como Ricardo Garibay vio a esas mujeres: sin criticar ni enaltecer. Utilizar a las letras como un vehículo que me aleje del día a día, donde mis oídos sean sordos al ambiente y escuchen aquello que no sabía que estaba buscando.

Las mujeres de esta actualidad caminamos, buscamos, encontrarnos con nuestra condición humana. Abogamos por una independencia y el derecho a escribir nuestra historia. Ante estas circunstancias ¿Cómo debe ser un personaje femenino de ficción? ¿Qué herencia seguimos arrastrando de nuestras abuelas?

Ricardo Garibay intentó contestar esta pregunta en Triste Domingo, una novela en la que la protagonista, Alejandra, es una mujer fuerte, recién divorciada, que no tiene mucha idea que hacer con su vida. En eso aparece Salazar. Sin nombre, sólo Salazar. Un ejecutivo exitoso, conocedor y encantador que la arrastra y le enseña su mundo. Ella atiende, aprende y crece. Un día, y sólo porque la vida tiene ese tipo de accidentes, Alejandra conoce a Fabián. Joven, poeta, introvertido e inexperto, que se enamora de Alejandra con sólo mirarla tomar café y escribir. Entre ellos dos, Alejandra se pierde. Elegir a uno, es perder al otro, es dejar media vida. Como diría Cristina Rivera: esa exagerada manera de sentir.

A simple vista, Triste Domingo es la historia de un trío amoroso. Para mí, es la historia de una mujer que no es dueña de su vida y que ésta se le va entre dos hombres. La protagonista no hace -o no puede hacer nada- al respecto. Entendí que a veces, la vida se nos va así. Entre el trabajo, las responsabilidades, los amores, los sueños.

En Lía y Lourdes, Garibay explora el tema de la rivalidad entre mujeres. Esa rivalidad que existe a pesar del amor que se tengan. El trío, ahora, se da entre sobrina y tía. En el otro vértice del triángulo está un pintor. La diferencia entre las mujeres, no sólo es de edad. Cada una completa a la otra, en experiencia, inocencia o madurez. Y las dos sienten, aman y lloran con la misma intensidad.

Lía y Lourdes son puro sentimiento. Y cargan con las consecuencias de ser así. La racionalización, el debe ser, queda atrás. ¿Por qué culparnos de sentir?

Ni la literatura y mucho menos Ricardo Garibay tienen las respuestas o la solución a los retos que las mujeres enfrentamos. Al final, la decisión cae de nuestro lado. Sin embargo, con estas mujeres he aprendido a no criticarme con tanta dureza. A disfrutar de la vida, a seguir mis sentimientos


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