martes, 30 de marzo de 2010

Los budistas son los peores

Hace algunos años, cuando era más joven y menos sabia, vivía en Madrid. “La calor" -como dicen en aquellas latitudes- aún se negaba a mostrarse por completo, no así mi calentura. Habían pasado 4 meses desde mi cambio de continente y la misma cantidad tiempo sin que nadie me hiciera un "favorcito" (aunque fuera malo) y como que ya tenía cosquillas.

Estábamos en una borrachera cuando conocí a Malik, un francés tan bonito que me hizo preguntar si no era yo medio lesbiana: ricitos rubios, ojos claros, nariz aguileña, pestañotas… ya saben, una niña sin tetas. Los ebrios del lugar eran en su mayoría eran latinos, por lo que la conversación sudaca / competitiva había alcanzado un punto álgido: colombianos y venezolanos estaban a punto de volverse a declarar la guerra por el control de la frontera.

Con el fin de no participar en divisiones políticas que atentaran contra los ideales de Bolívar y San Martín, busqué al güerito franchute. Comenzamos a platicar de temas internacionales de gran relevancia, como el impacto de la guerra franco-prusiana como disparador económico del sorgo alemán. Malik comenzó a hablar muy entusiasta, casi como un orador de las naciones unidas. En mi semiebriedad me di cuenta de su nulaebriedad. Le pregunté la causa de su abstinencia y mirándome directamente a los ojos me dijo: “Soy budista y no necesito el alcohol para divertirme”.

(tó-ma-la, pin-che bo-rra-cha)

Como sea, al budista no pareció importarle mi semiebriedad y continuamos platicando de el futuro de los bailes neohúngaros en tiempos del reggetón. Coqueteamos un rato más, intercambiamos teléfonos y todo lo que la ley exige para tener opción a sexo futuro.

No tardó muchos días en llamarme y salimos. Caminamos por el centro y casi al atardecer, nos fuimos a un parquezote, donde había un Jardín Zen. Cuando vi la blanca y fina arena, pensé que por más caliente que estuviera, el sexo ahí es altamente riesgoso. Sin embargo, estaba dispuesta a una manoseada tras los arbustitos.

Nos sentamos en unas piedras que magullaban con persistencia nuestras nalgas. Malik me dijo que me relajara y cerrara los ojos. Supuse que lo siguiente era un beso, pero el franchute me puso a meditar. Sacó una estampita de una señora budista que estaba haciendo cosas budistas y que, según él, emanaba gran cantidad de energía. Además me aventó un rollo enorme y soporífero de cómo meditando ha encontrado el mayor de los placeres. Placeres que ni el alcohol o el sexo dan.

Obviamente, volví a mi departamento con una sensación de haber sido estafada: en vez de sexo obtuve un intento de conversión. Por supuesto, no volví a salir con él. No le perdoné que me haya intentado alinear al budismo después de coquetearme tan abiertamente.

Desde entonces le huyo a los budistas y grafiteo los Jardines Zen.

jueves, 18 de marzo de 2010

No seas puerca mejicana

-No seas puerca mejicana -me dijo María muy cerca de mi oído y con los brazos cruzados sobre el pecho.
La razón: haberme ido a la escuela sin secar los platos. Se me había hecho fácil dejarlos sobre el escurridor a que se secaran solos. Por la noche y a mi regreso de clases, los guardaría en su lugar.
-¡Joder! Te dijimos claramente que en esta casa las reglas de limpieza se respetan -añadió Karles- María se la pasa todo el día limpiando como para que no cooperes.

Yo estaba frente al fregadero de la cocina, con los trastes que utilicé en la tarja, viendo hacia abajo y aguantándome las ganas de llorar. En mi garganta había una mezcla de impotencia, miedo y coraje. Me repugnaba su pulcritud y el olor a lavanda me comenzó a picar la nariz.

Había conocido a María y a Karles tres semanas antes, cuando buscaba piso en Madrid. Desde el momento que entré, el departamento parecía sacado de un comercial de productos de limpieza: pisos, vidrios y muebles rechinaban de limpio. Además, en cada habitación había desodorantes de ambiente, por lo que el departamento tenía un constante olor a lavanda que ahora me produce el vómito. Como plus, el condominio contaba con cancha de básquet y alberca. Pero lo que a mí me convenció fue la computadora con internet que estaba en el cuarto que les renté.

Así que decidí tomar la habitación y cumplirles sus estúpidas reglas de limpieza que incluían secar las paredes de la regadera cuando terminara de ducharme, siempre utilizar posavasos y no tocar con mis dedos los vidrios de la sala. Ellos me valían madre, yo tenía mi adorado internet.

Durante los primeros días, mi relación con esos roomies españoles fue bastante buena:
-Llámame María -me había pedido con una sonrisa que enseñaba sus dientes podridos. Y es que, según ella, su nombre en rumano era impronunciable en español. Era alta, rubia y con ojos grises. Así descrita sonaría una belleza rusa, pero en realidad era bastante fea y un tanto masculina. Movía sin gracia sus anchos hombros y de los largos brazos colgaban sus enormes manos de basquetbolista.
-¿Ves telenovelas?- Me dijo una mañana María con entusiasmo.
-No- le conteste ofendida.
-Ah… es que yo aprendí castellano en Rumanía viendo telenovelas mexicanas.
"Vaya, de algo sirve tanta cochinada de televisa", pensé.

Karles era vasco y pareja de María. Parecía un Gi & Joe gachupín: su quijada era ancha, como la de un rottweiler y sus pequeños ojos azules. Apenas hablaba y nunca sonreía. Su voz de pito se contraponía al porte de macho que todo el tiempo trataba de sostener.

Desde mis ojos mexicanos, su relación era muy fría. No había cenas, abrazos, sonrisas o apodos cursis que yo acostumbro tener con mis parejas. De vez en cuando Karles besaba la mejilla de María y ya. Sin embargo, compartían la pasión por el físico-culturismo y asistían religiosamente al gimnasio por la mañana habiendo desayunado su licuado de anabólicos. La obsesión por la limpieza era también compartida, aunque María era mucho más azotada. En su delantal cargaba con un trapito, para limpiar polvo o las huellas de los dedos.

A veces pensaba que una cantidad de productos de limpieza post-sexo tenían guardados en su mesa de noche. ¿Se echarían lavanda en sus partecitas? La respuesta me tenía sin cuidado, yo pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en mi habitación.

Una noche los escuché discutiendo agitadamente mientras intentaba dormir. Los gritos pasaban a pesar de mis audífonos y el llanto de ella estaba impregnado de gran dramatismo. "De tanta ver telenovelas", supuse. Mezclando español con rumano, le recriminaba algo de una infidelidad. Karles gritaba y golpeaba algo que sonaba a madera.

Las noticias decían que la violencia domestica era un grave problema en España. "Pinches gachupines exagerados, es lo que pasa cuando no tienen narcos" pensaba al verlo. Sin embargo, esa noche me sentí parte de la estadística y ya me veía atestiguando ante Antena 3 y en la comandancia de policía la golpiza que estos dos fanáticos de la limpieza se habían propinado.

Por fin se callaron y el acontecimiento no pasó a mayores. Sin embargo, comencé a tenerles miedo, ¿qué tal si un día me gritonean a mí? Dicen que los malos pensamientos invocan al chamuco y unas semanas después materializaron.

Esa tarde, cuando volví de la escuela Karles y María me estaban esperando en la cocina. El tenía el ceño fruncido y María estaba parada tras de él con las manos en la cintura. Ni siquiera dejé mi mochila en mi cuarto cuando escuché la voz de pito de Karles llamándome a la cocina.

-No secaste ni guardaste tus “cacharros”- Me dijo Karles sin siquiera saludar, señalando mis platos.
-No tuve tiempo, lo siento -asentí con la cola entre las patas- Mi tren estaba a punto de partir.
-Todos tenemos que lavar, secar y guardar los platos, de lo contrario esto se volverá un cagadero- me dijo María entregándome un trapo para secar.

Comencé a imaginarme los titulares de periódicos y telediarios: Mexicana golpeada por un vasco y una rumana. La embajada mexicana no responde. La seguridad social no la respalda por no tener sus papeles en regla. La embajada española en México detiene las visas de estudiante por tiempo indeterminado.

Los cacharros ya estaban secos, por lo que levanté mi brazo para abrir esa alacena destinada a su resguardo, cuando Karles me detuvo la mano y la bajó. Supongo que no lo hizo con fuerza, pero yo sentí como si me azotara el brazo.

-Vuélvelos a lavar y a secar- ordenó.
-Toda la tarde estuvieron empolvándose- y acercándose a mi oído exclamó - No seas puerca mejicana.

No me quedó más que obedecer como una sirvienta rumana.

¿Quién es el que anda ahí?

Así como en invierno escuché a los queretanos quejarse del inaudito diluvio que desbordó el río, en este verano las voces escupen la misma cantaleta que asegura lo inusitado de este calor. Los más viejos aseguran que el fin del mundo está cerca mientras se refrescan con agua bendita. Tienen razón en santiguarse; en un asilo ya han comenzado a morirse algunos rucos, deshidratados como chapulines en comal.

Yo estoy tirada en el sofá de mi sala y procuro no moverme más que para lo indispensable. Chorros de sudor recorren mi cuerpo y pienso en tomar otro baño. Pero la pesadez se une a mi hueva y me dedico a cambiar de canales del televisor. Con esto, sólo muevo un dedo.

Me detengo en las noticias de Querétaro. Frente al palacio de gobierno está una señora que respira con dificultad y que habla sobre la prevención de los golpes de calor. La doñita aconseja tomar mucha agua (¿en serio?), salir a la calle con ropa clara y la cabeza cubierta con una sombrilla o cachucha (¡nunca se me había ocurrido!), no hacer deporte a medio día (¡uy! ¡Justo cuando iba a dejar mis 10 años de inactividad física!) y estar al pendiente de las diarreas (aunque no especifican si mentales o de caca). La cara roja de la “reportera” mira fijamente a la cámara y con ojos secos hace énfasis en las palabras CALOR y EX-TRE-MO. ¿A qué idiota de TVAzteca se le ocurre poner a otra idiota a hacer precisamente lo contrario de lo que aconseja?

Decido dejar de escuchar pendejadas. Recargando mis manos en el sofá, aviento mi cuerpo hacia adelante, obligando a mis piernas a levantarme de ese sillón. Apago esa caja tonta y tomo un libro del mueble. El Bar del Infierno de Dolina pesa como si fuera el Quijote de Cervantes.

Abro la ventana que da a la calle y me asomo al balcón, sin importarme mucho que alguien me vea en calzones. ¿Quién en su sano juicio sale al infierno en domingo? Cierro la ventana, no quiero que el aire caliente invada mi pequeña sala.

Dejo que mi cuerpo se azote nuevamente contra el sillón mientras descanso mi cabeza en el posa brazos. Mis ojos recorren la alfombra y encuentro a un insecto que avanza con gran dificultad. Al principio pensé que el grillo tenía tanta hueva y calor como yo, pero en realidad le falta una pata.

El animalito estaba en mi camino a la televisión, por lo que la probabilidad de que yo haya sido su verdugo es alta. Me da un poco de pena el grillo: sin caminar, está destinado a ser rostizado como los rucos del noticiario. Debería matarlo... ¿para qué prolongar su sufrimiento?
Pero eso significa volver a levantarme de mi sillón y ya estoy acomodada en la flojera. Mala suerte grillito cantor.

Gazpacho, mi perro duerme sobre el piso. Tiene la lengua de fuera y su pecho se mueve con cada jadeo que sale de su hocico. Sus ojos se entrecierran y la baba ensucia mi ya puerco piso. “Eso te pasa por ser negrito Gazpacho” le dije con empatía. Pobre, sufre más que yo en esta parrilla que tengo por departamento.

Aún estaba pensando si tendría la energía necesaria para sostener el libro con mis manos, cuando el perro demostró tener más fuerza de voluntad que yo. Incorporándose con lentitud, como si moviera sólo un músculo a la vez y acercó su nariz al grillito cantor.

El perro ladea la cabeza y olfatea alrededor del grillo. Me pregunto si huele a la muerte. La baba ya chorrea sobre el asustado grillo cuando Gazpacho lo pisa sin demasiada fuerza, como si intentara animarlo en vez de matarlo. Comencé a silbar la canción de Crí-Crí para darle solemnidad a la escena. En un instante, el grillo se retuerce y da algo así como un brinco, lo que provoca una reacción similar en Gazpacho, pero hacia atrás.

Cuando el perro se da cuenta que no corre peligro, vuelve a acercarse al grillo y lo empuja con la nariz. El grillito cantor seguía vivo e intentaba brincar con desesperación. Me parece que perdió otra extremidad en la batalla, porque ahora sus movimientos son más erráticos.

-Gazpacho, deja de estar jugando con el grillito cantor y de una vez por todas mátalo- le ordeno.
Los ojitos de mi perro me ven al escuchar su nombre. Mueve ligeramente la cola y alza las orejas cuando voltea a ver al grillo. En un ágil movimiento, Gazpacho agacha su cabeza al y da un pequeño salto; toma al grillito cantor con el hocico, triturándolo con sus dientes. Acto seguido, escupe el cadáver. Lo pisa un par de veces más y cuando se asegura que está bien muerto, vuelve a su lugar en el piso a retozar.

-Gazpacho, tráeme unas cervezas del refri- le ordeno una vez más.
Esta vez, el perro no obedeció.