lunes, 23 de noviembre de 2009

Libre

Estampidas en la tierra y el movimiento de los huizaches anuncian su llegada. Él pasa sin voltear siquiera. Ella se conforma con mirarlo con esos ojitos asombrados y temerosos, del que se asoman sus ganas de sentir.

Recio, rural y primitivo, era imposible no voltear a ver aquel caballo que pasa galopando como si su libertad se fuera a terminarse. Más grande que el promedio y con una crin un tanto peculiar, solía dejarse empapar por esas lluvias de verano que hacen que los mezquites y pirules reverdezcan el Mezquital. Nadie sabe de donde vino, nadie sabe a donde va.

Y un día, él quiso pasarse del otro lado de la cerca sin que nadie lo invitara o le negara la entrada. Y así pasó esos días bajo el rústico sol de agosto, de empujones con la cabeza y miradas con ojitos pequeñitos. Y para ella no había nada mas hermoso que mirarlo de cerquitas, como tantas veces lo había hecho, de lejitos.

Pero un día, él decidió volverse a pasar del otro lado de la cerca sin que nadie pudiera decirle que volviera y no se fuera. Porque es sabido que hay caballos que no pueden quedarse encerrados, que es mejor verlos corriendo entre mezquites y ahuehuetes.

Y porque para ella no hay nada mejor que mirarlo con esos ojitos a lo lejos, con el corazón saciado de sentir.